¿Por qué se pueden llenar los autobuses y los teatros no?

In Blog, Cultura, Gestión cultural by javierdeyorkLeave a Comment

Hoy, que se celebran los premios Max, y muchos compañeros estarán viajando a Málaga para celebrar lo mejor de este año (suerte a todos), muchos se preguntarán lo mismo que ha inundado las redes sociales y que da título a esta entrada con la que volvemos a la carga: ¿A qué se debe que se puedan llenar trenes, aviones, autobuses y metros y los teatros no? La respuesta es sencilla: la movilidad está asociada a derechos fundamentales y a sectores estratégicos de la economía (turismo), por lo que las restricciones tienen un alto coste en términos de opinión pública, especialmente en verano, y solo se justifican y son aceptadas por el público en estados de emergencia sanitaria. La Cultura, en cambio, está lejos de ser considerada como un sector estratégico, y en realidad sus restricciones sólo se aplican a las actuaciones en vivo, por lo que el público puede seguir consumiendo productos a través de internet y las plataformas sin que la generalidad de la población sienta que se le está hurtando un derecho. ¿Parece cínico? Lo es, pero si miras el coste asociado a cancelar una actuación de Artes Escénicas (entre un 3 y un 6% del caché) comprobarás que, en términos de imagen, es rentable cargarse toda la programación cultural de un municipio y decir que ese dinero va a ir a financiar Sanidad y Servicios Sociales. No es sólo una hipótesis. Los recortes en Cultura ya están ejecutándose en muchos presupuestos. Sólo hay que preocuparse de que las celebridades colaboren y no armen demasiado escándalo.

Pero hay, además, otra derivada. La mayoría de la contratación cultural en España es pública, en torno al 70%, mientras que en el transporte solo RENFE y Metro son públicas. El resto del transporte es privado. Este es relevante porque la gestión de la crisis no se está haciendo sólo en términos sanitarios, sino también, y sobre todo, en términos políticos. Los espacios pertenecen a un ayuntamiento, una comunidad autónoma o al Estado, y en un país políticamente tan revuelto como lo es el nuestro, y con un periodismo tan espectacularizado, cualquier error puede costar el cargo o dar un arma a la oposición. Al coste que hemos visto que tiene cancelar espectáculos, es más fácil tirar por la calle de en medio y restringir, que arriesgarse a que le puedan acusar a uno de que en el espacio de su competencia ha habido un brote. Poco ha importado el excelente trabajo de instituciones culturales como la Red o Faeteda, cuyos protocolos sanitarios puedes consultar aquí y que aseguran la protección de público y trabajadores. Tampoco ha servido de mucho que los espacios tengan en lugares visibles las medidas que rigen para el correcto disfrute del espectáculo: compra de entradas por internet previo registro, uso de mascarillas y geles hidroalcohólicos, distancia de seguridad conforme a la limitación de aforo marcada por la autoridad competente (que esperemos que llegue pronto al 100%) y entradas y salidas escalonadas y por lugares específicos. (Las enumero porque son bastantes, y cubren el riesgo con más garantías que otras actividades y porque, en caso de producirse un contagio, los asistentes están registrados y son fácilmente localizables).

Campaña del Ayuntamiento de Murcia (Juzguen ustedes mismos)

La estrategia del sector de utilizar el verano para celebrar el máximo de festivales al aire libre para ir preparando al público, de modo que al abrir la temporada hubiera perdido el miedo a acudir a los espacios cerrados tampoco ha recibido demasiado eco mediático. A pesar del éxito de las medidas y de la valentía de los directores de Festivales como Almagro, Mérida, Olite o Peñíscola, que han dado un paso al frente (a otros como Olmedo o Alcalá, no les han dejado) para recuperar la normalidad en el sector y dar a las compañías la posibilidad de reparar los gravísimos costes del parón en la actividad, cada vez que hay que endurecer las medidas destinadas a mitigar la posibilidad de contagio, los espacios culturales están a la cabeza de los recortes (que conste que incluyo aquí a muchos locales de ocio nocturno donde se desarrolla una gran actividad cultural de base: micros abiertos, jams de poesía, conciertos, narración oral…) No importa que no se haya podido acreditar un solo contagio en un espacio escénico, ni siquiera en los más de 65000 espectadores que han acudido a Mérida en su última edición . Es más fácil gestionar desde el miedo que desde la responsabilidad. Y, como hemos visto, más barato.

Es el momento de los técnicos de cultura y del público: es el momento de la pedagogía. Cada espectador debe transmitir el mensaje de que la cultura es segura y si puede, llevar a otro al evento cultural para demostrárselo. Los técnicos, (muchos ya lo hacen) deben recomendar, exigir a sus cargos políticos un mayor compromiso con la Cultura. Y los artistas deben recordar que ofrecer sus trabajos gratis en la red no es la mejor solución. Cambiar la relevancia social de las artes nos va llevar tiempo, trabajo y manifestaciones, en un esfuerzo colectivo sin precedentes. Pero es la mejor manera de evitar que nos estigmaticen o que nos ninguneen.

Nos vemos en el escenario.

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