Cuenta una leyenda que entre los manuscritos aparecidos en el Mar Muerto, había uno en el que se leía (la traducción del arameo es imperfecta): «En verdad en verdad os digo, que hasta que no tengáis que programar la Red de Teatros de la Comunidad de Madrid durante un semestre, no conoceréis lo que es el infierno». Los exégetas de los textos bíblicos, desconocedores de los mecanismos de la Red, (como muchos de los que se presentan) lo apartaron como falso y continuaron con fragmentos más jugosos para desentrañar cuestiones más bíblicas, pero no menos apocalípticas.

Sea o no cierta la leyenda, lo cierto es que cualquier directivo de televisión podría interesarse por un reality basado en la situación que se genera en la Red de Madrid en la semana en que como esta, los programadores tienen que seleccionar los espectáculos que formarán parte de su programación el próximo semestre. Estrategias, nominaciones, tensión infinita, llamadas desatendidas que dan lugar a odios sarracenos, persecuciones al programador/a, hipocresía, peticiones de auxilio, puñaladas traperas, excelencia en la gestión, cientos de mails intercambiados, fake news, frustración, carreras, agobio, desesperación y triunfo son algunas de las sensaciones que se mezclan y se repiten durante el plazo que transcurre entre el anuncio de la selección de los espectáculos candidatos y la publicación de la programación definitiva. El debate televisado con las compañías descartadas opinando sobre la selección y una representación de los técnicos y concejales generaría emociones capaces de satisfacer a los fans más exigentes de estos formatos y podría haber secciones como un contador de mails y llamadas recibidas por cada programador, la excusa más rara para no ser programado, el patito más feo (¿la danza?¿los títeres?¿la magia?) o la compañía más pesada. Creo que el nivel de enganche de la audiencia por la «cultura» marcaría hitos nunca antes conocidos, y los enfrentamientos en redes serían de lo más jugoso y encendido (además de reveladores). La presente edición, con reprogramaciones (repescas) y la siguiente, que promete grandes recortes en los presupuestos culturales, y una sobreproducción añadida por la maldita obsesión de los creadores por producir, asegurarían a la audiencia ese más difícil todavía que fideliza al personal ávido de emociones en estado puro, y el público llenaría los teatros para seguir sus espectáculos preferidos o para manifestar su odio hacia aquellos que han despertado sus iras. Directivos de televisión: ahí lo dejo mientras me relamo imaginándolo.

Muchas compañías y algún programador se reconocerían en esta caricatura de la Red. La de Madrid, además, tiene un problema añadido, y es que su mayor grandeza, que es su apertura a ofertas de todo el Estado, genera mucha frustración en las compañías de una Comunidad que acumula el mayor número de productoras del país y que tienen grandes dificultades para hacerse un sitio en su propia casa, donde deberían sentirse mejor tratados. Además, la Red y Platea consumen la mayor parte del presupuesto de programación, y si quedas fuera, las políticas de público basadas en precio de muchos municipios hacen imposible arriesgarse a la taquilla. Los programadores son incapaces de responder los requerimientos de una oferta excesiva y que requiere una atención que la sobreproducción y los presupuestos hacen imposible; las compañías generan sentimientos de frustración e incomprensión ante la dificultad de los programadores de responder a sus demandas, y los distribuidores se juegan su economía y su reputación ante las compañías, que les contratan en la esperanza de que sean capaces de penetrar el arcano de la Red y obtener una gira que permita a los equipos artísticos llegar saneados al próximo proyecto. Hay más: recortes presupuestarios, injerencia política, bajadas de caché para justificar subvenciones a gira del INAEM y que generan situaciones de competencia desleal, y una precariedad entre las compañías que hacen mirar con resquemor la seguridad económica de quienes deciden frente a la precariedad del estrato creativo.

Estado de un distribuidor apostado a la puerta de un programador recalcitrante
La pregunta inevitable es ¿Tiene que ser así?¿No puede ser de otra manera? ¿Justifica el resultado los daños que hace al sector en términos de frustración y malos entendidos entre los agentes que lo componen? Yo nunca he sido programado en la Red, y he de reconocer que me ha costado mucho superar los mitos que la rodean. Hace falta tener empatía y capacidad económica para aguantar lo suficiente y sustituir el prejuicio por el conocimiento. No es fácil. Por eso esta vez no puedo sacarme de la manga una propuesta que resuelva la cuestión. Pero recuerdo que en Madferia se hizo un documento en las jornadas EMAD sobre la Red, con la participación de compañías, programadores, distribuidores y administraciones, y que de allí salieron algunas propuestas que duermen el sueño de los justos en algún cajón. Quizá el paso del tiempo haya hecho inviables algunas, pero estoy convencido de que la Red no se creó para ser simplemente un mercado que no funciona bien. Salimos a una supuesta nueva normalidad. Debemos repensar cómo funcionamos para que el ciudadano reciba de nosotros un mejor servicio. El documento de EMAD puede ser un punto de partida para buscar una alternativa y acabar con el culebrón semestral, y que los programadores no tengan esas semanas del Lexatin, por muy televisivas que sean y por mucho anecdotario que produzcan. Encender una luz es fácil, pero es más divertido (y autocomplaciente) maldecir la oscuridad.